Suspiros de noviembre, he perdido el sabor a cianuro de tus labios.
Andas entre campos pulidos dejándome aquí, donde solo huele a mármol quemado; es un feroz arrebato incontrolable de ira, pues mientras el despechado escritor se camuflaba entre sus musas de papel, ambos creímos poemas que ninguno consideró ser verdadero, y aún así nos los tatuamos a fuego en la piel, como si pudiéramos permanecer. Pero yo siempre quise ser bailarina y tú solo me atabas los pies.

No diré que fui quien apuñaló a la evidente mentira, pero juro y perjuro que lo haría de nuevo; mientras fuiste detrás de aquellos otros labios rosados, jamás tuve la paciente capacidad de esperar nada a cambio. Arde, arde y sin esfuerzo, quema y arde la frágil ciudad de edificios mal construidos que se prometieron una y mil veces entre amaneceres. Mas cuando vuelvas a por tus preciadas ganancias solo encontrarás el infierno a tus pies, que atados con el humo de mi libertad me verán volver a bailar, y aún creerás que me puedes apresar.
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