El muerto octubre.



Segundos que no existieron en la fiera mente del miedo, aquí solo quedaban sucias sábanas blancas llenas de la sangre de la aplastadora soledad, del vacío a la existencia; aquí no quedó alma alguna, solo se escondían los últimos restos de una especie única.
Se llenó nuestro hogar de las muertas mañanas vacías, con la certeza de que nunca volvería a brillar ninguna luz. Se ahogó lentamente el alma invencible, dejó de respirar el incansable y huracanado viento, aquí no queda ninguna de mis flores salvajes viva. En silencio absoluto todo muere bajo la fría llegada del invierno y, mientras la última risa del animal que creí ser quedó rendida en la pesadez del insoportable dolor, el mundo seguía girando.
Allí detrás de las ventanas, el mundo entendía su ritmo veloz. Pero la muerte llegaba cada mañana vestida con la vida arrebatada, y esta perdía su sentido a una velocidad arrolladora, solo querían dejar de llorar los pies que tantas danzas había entendido, y que nunca más volverán a comprender. 
¿Quién era este inútil alma que ya no quería cantar, qué no entendía el sentido de las teclas blancas y negras, quién era el ser que no comprendía como leer dos vocales seguidas, aquel que había olvidado como vaciar su alma en versos de papel, pues su alma ya estaba vacía?
Y ¿dónde se escondieron el feroz viento y la indomable lluvia? ¿a dónde fueron a parar las desbocadas olas y la fuerza incontenida del mar? ¿quién escondía las flores vivaces y las eternas constelaciones, las valientes nubes y la bella luna? ¿a dónde habían marchado con tanta prisa, dónde quedaba todo?
¿Dónde quedaba mi risa, las alocadas carcajadas, el arte que da vida y la brisa que da paz? ¿dónde quedaba cualquier cosa que devolviera la felicidad?
Aquí, entre la eterna oscuridad y frío cortador, solo vivía algo parecido a un ser que no entendía como hacerlo, donde no quedaba ruido y el alma se ahogaba sin sentirlo, el dolor aullaba con tanta fuerza, el pavor no conocía ni su propio nombre, que como dardos la muerte se apoderaba de los ojos vivos que habían sido.
Ese sí que fue el beso de la vida.

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