Válgase la ironía.

Le despierta el olor que porta el viento; a veces al temeroso amanecer cree que has estado justo ahí. Secreto de fines eternos, que guarda cual miedo ardiente, preguntando al corazón con cada contracción cuando podrá decir que era simplemente tuyo, que nunca fue una complicada invención suya. A la pregunta de la canción, del relato o la frase, siempre fue tuya; sin olvidar que siempre le cargaste la pesada culpa sobre los hombros de cristal. 
Ansía cada molécula de segundo con más alarmantes fuerzas el día que sus labios puedan liberarlo, que pueda soltar un pavorido grito al polvoriento viento, de momento ni siquiera puede conformarse con ahogar la voz debajo del relámpago, donde ni siquiera tú puedes escucharlo; y que pretenderás entre tanto juego maldito al escondite y al despiste, sabiendo que este terror consumible te seguirá hasta el mundo donde no hay fin, clavando inexplicablemente cual herida el dolor, con la fuerza incomprensible de no querer una negativa por respuesta. No cree en la injusticia, pero sus páginas en blanco se han cansado de llorar sangre lágrima tras lágrima; si no se abre la puerta nunca, no puede prometer saltar por la ventana.
Al atardecer del amanecer confunde tu azul con su avellana (¿de verdad crees que exista un calvario más grande?), a veces se le escapa tu nombre y otras lo traduce en notas que no deja de entonar. Su cerebro que cansado de lidiar, válgase la ironía, pide desesperadamente que dejes de sangrar, deseando terminar de poder mirar a otro lugar, aún sin poder despegar la mirada de la única salida 
que prometiste que era entrada.

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