La aniñada sensación de mirarte.

En el último cajón del viejo armario siempre descansan algunas polillas, mas al abrirlo aún prefiero decir con picardía que son inocentes mariposas; tal vez tan solo sea una excusa para valorar la incalculable belleza de tenerte apenas algunos segundos entre los ojos y de verme difuminada entre tus delicadas pestañas mientras salimos a bailar entre una multitud.
Enrédate en uno de mis mechones de pelo y pregúntamelo así otra vez, ahora solo tengo unas inexplicables ganas de irme a dormir para volver a tenerte rondando por mis pensamientos. La dureza de caminar ruidosamente por las calles desiertas que aún huelen a gente que conocimos, y me siento otro animal nuevo distinto, me pregunto donde has estado, aún tengo la duda.
Curiosamente te pillo entre el rincón del olvido y el centro del recuerdo, siempre rondando a la espera interminable de encajar en algún sitio de este incomprensible alma que todavía muere de ganas de verse reflejada en la sonrisa de tus ojos.
Temería dejarte marchar si no supiera que aunque los aniñados intervalos de nuestras venas son infinitamente distintos, se tratan de la misma distancia. Ser libre de coraje inexplicable, a veces creo que te admiro, otras simplemente asumo que te quiero. 
No se como terminar el compás sin permanecer sorprendida.

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