La ya considerada una batalla ganada.



Me encuentro ligeramente cansada de escribirte canciones que siempre parten de humillantes acordes eólicos, arpegios que solo recuerdan a la falsa esperanza, al atroz miedo, a la perdida desconsolada y al tormentoso llanto.
De alguna manera, ciertamente me siento cansada de no poder narrarte aquellos sueños y fantasías, las pícaras ganas de todo y más; y la sensación que acelera vertiginosamente el corazón cuanto te tengo justo al límite.
Si jugáramos a mentirnos, siempre se me escaparía la verdad, que cuando los astros se alinean sobre nosotros ni siquiera puedo percibir una frontera visible, ni siquiera hay un problema a penas perceptible, no hay donde frenar o pararse a aparcar; de hecho, caprichosamente solo veo dos pares de alas de cabeza al vacío.
Si nos saltamos las normas del juego cada vez que nos rozamos, imagina que no podríamos hacer en cualquier otro lugar del mundo. 
Pues a pesar de ello, me siento eufórica por ridículamente sentir que es una batalla ganada, que ni el devastador huracán que atizó contra la destruida ciudad de la ilusión puede detener la atropellada velocidad a la que circula la sangre por mi circuito interior, ni el derrumbamiento de la montaña que construyeron los dioses podrá ocultar la luz que nos reconocemos en la mirada después del beso eterno, ni siquiera las pesadillas que solías tener cuando llegaba el frío invierno podrán volver a sacarme de tu consuelo.
Energía que se transforma en mil formas, capaz de descifrarse para volver a encontrarse, jugando a ser motas de polvo que se enredan en la brisa, con el único objetivo de ser continuamente vigilados por el otro. Dime de nuevo que no parezco la curiosa canción indie que compartimos al inicio, en la anacrusa; repetiremos polémicos errores que solo acabaron siento aciertos para terminar de entendernos, que entre las curvas de tu conocimiento voy a viajar a toda velocidad, dejándome atropellar por la memoria de este vivo año. No quiero que me esperes, nosotros nunca vamos a esperarnos, porque ya estamos en la máxima altura, todo lo que nos queda está ahora mismo apostado; ni siquiera necesitamos el tiempo que existe de un segundo a otro, sin ser dueños avariciosos del pensamiento del vecino somos la energía que fluye entre sus cables, sin rumbo ni destino fijado, como el antojo imparable de dos seres humanos que se aburrían de mirar entre las mismas repetidas calles sin ver nada distinto, aburridos de siempre lo mismo.

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