¿Por qué dijiste aquella última vez que al final del verano los amaneceres siempre tienen un color más rosado?
Fue la razón de querernos tanto que hace meses que no recuerdo el sonido del mar acompasado de tus pensamientos, o quizás solo fue la mera sensación de atrapar la luna cruzando el universo.
Puede que en mis ganas de querer torturarme solo sea incapaz de echarte la culpa, o la razón del todo no haya llegado a abandonarme, tal vez quede en mí un mínimo de cordura.
Porque el viento que enredó los cabellos en medio de la fogosa lluvia, con los miles de ojos que siempre tuvimos mirando, a saber deseando el qué.

Lo cierto es que de una manera no muy lejana he suspirado a tu querido caminar que vuelva sobre sus acobardados pasos. Y guarda silencio, que aquí va un secreto, a veces tengo la sensación de no quererlo. Solo es necesario un acorde de Re Menor para hacerme caer del caballo, para recordarme que por muy orgullosa que se encuentre mi alma de haber sangrado y gritado tu nombre a pleno pulmón, de haber bailado y luchado como si te trataras de mi nación, de que a pesar de todas las capas y espadas, a pesar de la vida que me dejé en el destructor duelo, en la arena, en el circo romano que siempre parecía que eramos, que somos. Y a pesar de sentirme completa y llena por no haber fallado yo esta vez, por haberme mantenido al pie del cañón, al pie de nuestras miradas, siempre arde la cerilla en el fondo del cajón.
Me encuentro soñando a través de mis auriculares, que veo la ciudad ardiendo, que la llama se alza sobre cielo rosado del final del verano. Que inmensas llamaradas de fuego se alzan sobre la imponente realidad, que la llamarada consume, brilla, se alza. Huele a humo, huele a locuras de vivos, huele a calor, huele a echarlo todo arder, todo a perder solo para cogernos mano. Y si eres capaz de mirarme a la pupila solo una vez más, esta arde como la ciudad que queremos que arda. Arde como el mismo infierno, como el paraíso de las leyendas, arde como Troya o como Notre Dame, arde descontroladamente, arde sin conocer el pudor, sin intentar parar, cada vez más alto, cada vez con más fuerza, arde tanto que ni siquiera podemos llorar. Deja que seque las lágrimas que has derramado por tener que luchar tú esta vez, deja que bese la ilusión, que pueble tus miedos, que rellene tus vacíos. Deja que arda todo lo que existía antes.
Si me miraras a las pupilas. Cuando me miras a las pupilas, lo verás arder. Pero de momento solo es una cerilla en el fondo del cajón que espera a ser consumida.
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