Nuestra eterna guerrilla.

Contigo he sido capa protectora, y espada dañina también.
He sido tronosos y descontrolados rayos en medio de la desbocada tormenta.
He sido asfixiante silencio cuando el ruido nos aplastaba a ambos.
La temida guerra en lugar de la lógica paz que siempre hemos necesitado.
Brisa marina que es lo que tú has querido, aún cuando lo que realmente yo era es viento salvaje.

Y solo grité auxilio cuando te pedí desesperada que marcharas, que no podía ser menos yo de lo que era, atados los dos a un círculo vicioso que ninguno quería soltar, cuando supliqué que necesitaba librar otras batallas distintas, cansada de siempre la misma guerrilla contigo.
Poco pero el suficiente dolor angustiarte, ese que me dejaba a minutos sin respiración, antes de la ansiada, y casi inalcanzable, calma con la que tanto había soñado, después de ti. 
Bendita estabilidad, glorioso silencio, tan esperada libertad.

Aunque claro, que culpa tienes tú después de todo y del tiempo, de que tu inesperada mirada, aquella que tan bien conozco (aunque no quiera confesarlo en voz alta), chocara con la de este viento salvaje, casi huracanado, después de tantos años.
Y que culpa tiene este de tambalearse ligeramente, sacudido por el recuerdo de aquella intensa emoción compartida, teniendo en cuenta que hacia muchos sueños que no la veía. Sin esperarla, sin saber que la miraría de aquella manera.

Imagino que solo tenía que escribir sobre ti una vez más para sacarte de nuevo de mí. No quería esperar mucho, tengo nuevas y emocionantes batallas que librar y nuestra eterna guerrilla, de momento, puede esperar.

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