El cazador oculto tras el tronco de un gran árbol cogió aire
en silencio, mientras escucha, con atención, como unas frágiles pisadas se
acercaban a donde se halla. Espera, con traje de camuflaje y con la muerte tatuada en la mirada, a su
desgraciada presa.
Tres segundo. Eso tarda. En tres segundos las cuatro patas se
detienen a pocos pasos, y siente el cazador a su espalda, la vida.
Con agilidad y absoluto silencio, se agacha en un rápido movimiento
y, entre unos arbustos, coloca la escopeta. Dispuesto a llevar a cabo su misión,
giña un ojo y con el otro apunta, vislumbrando así por primera vez a su presa.
Un cervatillo. Que sostiene su débil cuerpo sobre cuatro
finas patas, terminadas en sucias pezuñas negras, que tiemblan contra el suelo,
como su fueran a caerse. Lleno de manchas, agacha la cabeza para comer del
suelo. Parece tan frágil, tan fácil de
romper. Del rostro, dos pequeñas orejas captan el tranquilo silencio, sin darse
cuenta de lo cerca que esta la muerte. Sin poder entenderlo, el cazador lo ve
tan bello, tan tierno y delicado, que sin darse cuenta abre los dos ojos,
girando la cabeza con curiosidad, solo para ver mejor aquella criatura, a la que
pocos minutos de vida le esperan. Mas un paso en falso y hace sonar las hojas
mojadas del suelo, llamando así la atención del ciervo. La mirada del ciervo.
Un grito ahogado y suspiro, seguidos. De repente olvida el
cazador la simpleza de la criatura cuando esta la mira.
Dolor, eso ve reflejado en aquellos ojos oscuros, dolor.
Dolor tan profundo y potente como no lo ha sentido nunca el humano, tanto dolor
como cansancio, como miedo.
Y aún así, a pesar de la destrucción de dicha alma, algo más
apareció en aquel iris. Poder. Un poder como jamás se conocería, como jamás se
tendría. Un poder que manaba del dolor, del miedo a seguir perdiendo. Poder
aquel que parece frágil, pero está construido a base de golpes, de crear murallas,
de no dejarse vencer. Un poder demasiado inmenso para aquel pequeño cuerpo,
demasiado en un momento en el que podía sentir como la vida se le escapaba
entre el pelaje, algo llamado honor.
El humano, no pudo seguir sosteniendo el arma entre sus
brazos y la dejó caer, causando un escandaloso sonido, del que el cervatillo no
huyó, es más, creyó el cazador que se alzaba. Que sus finos y cortos cuernos se
hacían más largos y fuertes que nunca, que su rostro se convertía en el de una
bestia tan fiera como hermosa, que sus delicadas pezuñas se convertían el mapa
de un tenebroso bosque, que su tembloroso cuerpo dejaba de sentir miedo. En una
mirada, de un monstruo, pudo sentir el ser humano, que había más belleza de lo
que él jamás sería capaz de comprender.
Mas, un ruido. Un rápido y potente ruido. Algo tan sencillo,
y el cervatillo cae al suelo, muerto. El ruido de un disparo que asesina a la
más poderosa de las bellezas.
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