El paso del tiempo.


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Suena por primera vez la manecilla del reloj y yo despierto, sobresaltada. Suena la segunda y la tercera mientras empiezo a ser consciente de mi cuerpo. El reloj sigue dejando caer los segundos mientras empiezo a percatarme de mi incómoda postura, echa un ovillo. Cuando suena la primera manecilla de los minutos empiezo a sentir como me duelen los pies, trato de moverme, pero apenas me estiro, mis dedos tocan una pared. Permanezco así, escuchando las manecillas, en silencio. No hay nada más, ni el viento ni las voces. Tampoco huele a nada. Cuando el reloj marca que han pasado cinco minutos alzo los brazos al aire y palpo mi alrededor. Solo cuatro paredes, y muy poco espacio entre ellas y al frente, en la pared, el reloj que oigo. Vuelvo a sentarme y espero, con las manecillas cantando. Y cuando suenan y cuarto, recojo toda la fuerza y abro los ojos, pero no veo nada, así que vuelvo a cerrarlos. Pasan cinco minutos y empiezo a sentir algo, dolor. A la altura del pecho nace un intenso dolor que se extiende al resto del cuerpo, al principio leve y cada vez más fuerte, tanto que quiero gritar, pero no me oigo, solo el reloj puede hablar en esta habitación. Trato de analizar la potente emoción, pero el dolor se hace cada vez más fuerte y quiero entender mientras retumban en mis oídos la música del reloj, que marcan y media.
Abro los ojos de golpe, ante mí, un enorme reloj me muestra el tiempo. Me llevo una mano al pecho, donde el dolor no me deja respirar y lo observo con el ceño fruncido. Se mueve a mucha menos velocidad, de repente, y el dolor se suaviza, mas no me muevo. Puedo sentirlo, puedo sentir ese segundo danzando a mi alrededor, se hace agradable la compañía, muy agradable, casi puedo tocarlo, creo estar conociéndolo y curiosamente queriéndolo. Pero mi mirada se dirige al reloj y su manecilla más larga se mueve de repente. Entonces la compañía desaparece, la soledad se me echa encima y el corazón se encoge en mi pecho con dolor, tantísimo dolor que grito y esta vez se escucha y retumban las paredes. Pero se calma de golpe tan rápido como ha venido y siento de nuevo la compañía de otro segundo, disfruto de este, de su baile, de su gracia, disfruto hasta quererlo, mas de nuevo la manecilla se mueve y otra vez el corazón llora tanto como si fuera a romperse pueda remediarlo, y otra vez aparece la compañía. Tras varios segundos, observo al reloj y me pregunto qué maquina del demonio es esa, que crea vidas para destruirlas, cosas bellas temporales. Me pregunto qué tipo de ser crea algo que te da cosas que puedes amar para luego arrebatártelo. Mas cuando vuelvo a cerrar los ojos, aún con la mano en el pecho y la horrible sensación de dolor a cada segundo que pasa, es otro el pensamiento que cruza mi mente, la pregunta de cómo es posible amar el tiempo, amar algo condenado a marcharse y a dejarte.

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