Por eso cambié.

Me encontré sola en un pozo, vacío y mugriento. A penas veía el sol y tenía miedo de quedarme ahí eternamente. No creí que pudiera haber algo peor que aquello.
Me encontraba sola, sin un hombro en el que llorar, conteniendo las lagrimas por no llorar delante de mi misma.
Me encontré insegura, con miedos y tristezas.
Me dolía saber que el mundo seguía sin mí, que mis seres queridos no sabían que me había perdido y seguían adelante. 
Que aquellas personas en las que siempre había confiado seguían riendo y no notaban la ausencia de mis chistes.
Que mis amigos olvidaban quien era yo y nunca me buscaban.
Que la vida fuera de todo aquello seguía sin mí, como si nunca hubiera estado presente en ella, como si mi experiencia nunca hubiera existido, mis lecciones nunca hubieran sido aprendidas y mi persona nunca hubiera conocido a toda esa gente.
Pero lo que más dolió no fue lo que pasaba fuera, ni lo que pasaba en ese pozo, sino lo que pasaba dentro de mí.
¿Dónde estaban mis miedos, mis sueños, mis ilusiones, mis pesadillas, mis retos, mis lecciones, mis aventuras, mis experiencias, mi alegría...? ¿Dónde estaba yo? 
Me dolió darme cuenta de que nunca había estado allí, en realidad. 
Nunca había tenido sueños de verdad, ni ilusiones, nunca había sonreído porque realmente tenía la necesidad, ni reído porque era feliz, nunca había tenido miedo porque no tenía nada que perder.
En realidad, nunca había existido, nunca había amado, nunca había creído en mi y mucho menos en los demás.
Si no había existido para mi misma, como iba a haber existido para los demás.

Por eso cambié.



El pozo, dejó de ser un pozo y se convirtió en un laberinto y entendí que aún había una salida, que aún tenía la oportunidad de ser quien quería ser, que podía decidir a quien amar, que podía aprender a vivir otra vez.
El laberinto fue eterno, si es que fue, porque creo que todavía es.
Veo esa salida esa gran luz, pero todavía me queda mucho que recorrer.
Pero en ese laberinto aprendí. 
Aprendí a amarme, a valorarme y a demostrarme que soy mucho más de lo que la gente me había dicho que era.
Me convertí poco a poco en la persona que quería ser y empecé a mostrar mi humildad sin miedo a ser humillada, empecé a amar a los demás, a sonreír sin parar, a reírme por todo y a transmitir la alegría de vivir a todos aquellos que no tuvieron la oportunidad de perderse en un pozo o que no encontraron el laberinto.
Conocí a nueva gente que me dio esa energía, ese valor, que me demostró que hay motivos por los que merece la pena reír.
Tuve miedo y me alegré de tener algo que tenía miedo de perder.
Me enamoré de la sensación de vivir, de saber exactamente quien soy, de saber que quiero hacer, que quiero vivir, de tener claro que me gusta y que no, de saber quien me hace bien y quien merece que le enseñe a vivir.
Me enamoré de lo que había conseguido y por eso cambié, por eso soy otra persona diferente a quien era hace dos años, por eso perdí amistades, por eso dejé de hacer lo que quería, porque quería vivir, quería saber exactamente lo que me convenía, lo que necesitaba, no quería ser enemiga de la vida sino su cómplice, quería volver a tener un motivo por el que levantarme cada mañana.
Por eso cambié, porque descubrí lo que era vivir.
Y me enamoré de la vida.

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