Hablan las viejas memorias impresas entre nuestras ventanas que en el fondo nunca te dejé marchar, fue decisión unilateral, una dictadura de tu indiferencia. Quisiera con tanta desesperación poder escribir el recuerdo de tus amargos versos, mas el amago siempre acaba en la ira con tinta borrosa dibujada en mis manos temblorosas de la impotencia; que confundo mi propia sangre con la que quisiera provocarte, no pretendo consumirme más tiempo, pero ¿cómo se deshace tu hechizo?

El abominable silencio de pensar que no pude ver ni una de las verdaderas canciones que componían tu mirada, y mientras te escribía tantos acordes mayores, más bellos de los que no me creo capaz de volver a crear, te limitabas a quemar en hogueras ardientes tan altas como los miedos las preciadas partituras de piano, jugando con las cenizas, clavando tu uña en los restos de emoción que quedaran después de tantas dagas cargantes y pesadas en la espalda. En mi humilde querer tu encontraste donde destruir, no te harás cargo de los actos; pues pinté más estrellas en el cielo, aunque luego vinieras a quitarlas con lejía, te dediqué mis segundos y los utilizaste para besar otros labios, los cuales tampoco querías. Alma negra de volares lúgubres, quien ha criado tan enjaulada verdad, que mientras a otros finges querer, en el fondo nunca dejarás de odiarme.
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