Querida Luna,
hoy he venido porque tengo algo más que decirte.
Y es que creo que si la libertad tuviera una definición por defecto cada uno le daría una distinta, cada persona encontraría la forma de expresar lo que le hace libre y decidir que palabras son las apropiadas para ella. Yo, que hace tiempo que lo sé, he encontrado la mía.
La desbocante felicidad que produce la libertad de las almas que se encuentran bajo la arrasadora tempestad, en medio del caprichoso destino y conectan abrumadoramente como si hubieran estado condenadas a ello desde el mismo momento de su nacimiento, de una manera tan abstracta e imparable que incluso olvidan que fueron alguien antes de mirarse, antes de entenderse.
La libertad de las fugaces miradas cómplices, de las risas sin dueños, del sentirse querido y valorado, del querer permanentemente más, de la adrenalina de una mañana de vida, de la desesperada sensación de verse arrastrado por lo que implica la euforia, de beber más de ella, como si la propia vida fuera una droga. Y por mis venas no deja de correr a velocidad de la luz, la extraña sensación de sentirse afortunado, alimentando las vertebras de mi ser, la mera razón de existir, y late el corazón a una velocidad que no conoce, creyendo que va explotar.
Y no puedo evitar mirar y preguntarme que hice tan bien para pasar las noches de invierno cantando canciones que se llevan por dentro con la gente correcta, las tardes de estar tumbados en el jardín de flores silvestres, las confidencias de los abrazos tan fuertes que arreglan hasta lo roto, y las eterna sensación de estar siempre sonriendo. Los ataques de amor más ridículos, y el viento alegre portador de la melodía de las risas. Los quiero más, y no me conformo con menos. Y da igual que hubiéramos hecho, ni donde hubiéramos estado, ni siquiera creo que importe cuando nos conocimos, pues confío en que en cualquier parte del mundo siempre el viento portaría una melodía de acordes mayores, intervalos enormes, y la fuerza de lo irrompible, de lo que es eterno, de lo que está condenado a ser, y ha hacer feliz.
Porque si a mí me preguntaran que es un calderón en si bemol con la inminente caída en el reposo y hogar de un acorde en do mayor, tengo claro que son mis amigos.
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