A la luna de abril le prometo estos instantáneos pensamientos que circulan a tanta velocidad por mi cabeza que no puedo detenerlos. Que me pediré perdón eternamente por esto, y limpiaré con sumo cuidado las cenizas del doloroso olvido y del paso del tiempo, con el único objetivo de reconvertirme en las plumas de tinta efímera de las que estoy compuesta, aunque a veces lo olvide.

Perdonaré los agonizantes daños que me he ocasionado y las angustiosas heridas que yo sola me he abierto; sanaré con esfuerzo y trabajo los resquicios de quién no sabe querer con mis propias caricias; que mis cuantiosas lágrimas son de agua dulce y el circuito interno que lleva tanto oculto se reconoce en la mirada abandonada que refleja el espejo; que nunca más volveré a pisar una sola de esas cárceles crueles que me construyo. No seré nunca más de porcelana, con el indomable viento azotándome el rostro y la fuerza implacable sacudiendo mis entrañas, que me enreda el cabello sin preocupación y la piel se eriza ferozmente; esto que soy es lo más puro que tengo y lo único de lo que estoy compuesta. Mírame las flores selváticas que surgen de cada uno de mis maltratados poros, no abandonaré mis ansiados sueños nunca más, escribiré hasta que me sangren los dedos y me aseguraré con tanta certeza de verme reflejada en las estrellas que brillan en el cielo cada noche. Que no estoy muerta ni apagada, que tengo mis propios ritmos y seré paciente para entenderme y cuidarme, que no estaré sola si estoy conmigo misma atada al fascinante baile que son los pasos de los dulces años. Son mis promesas las que no pienso volver incumplir, y mientras florezca e ilumine (incluso si vuelvo a no hacerlo) no volveré a cerrar los ojos, el trabajo empieza en uno mismo.
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