Composición de lágrimas formadas.

Busco desesperadamente entre los relojes del efímero olvido las señales que dejamos tiradas por el camino de la felicidad, persiguiéndote en los reflejos de las emociones perdidas el último rastro de tu mirada cruel; me pierdo el vanidoso orgullo, desconozco con miedo lo que ocurrirá cuando empiece el frío febrero.
No he pasado aún los límites de la velocidad establecida, siempre he sido de blancos y me confundo entre tus negros. Todavía huelo a ti;  me permito sin esfuerzo desaparecer entre las distracciones que supusieron siempre los atardeceres domingueros, ahora se hacen duros los abandonos ajenos.
Suena la puerta y no soy yo quien ha decidido abrirla; se que bastará una sola oportunidad más con tan solo verte a través de mi envalentonada superficie y así saber que lo llevo peor de lo mal que sé que lo estoy llevando.
Se me congelan las manos a la misma velocidad que las emociones. 
Aguardo esperadas expectativas y me miento a mi misma con la misma facilidad con la que miento al prójimo, predico con un ejemplo que no cumplo y río a carcajadas hablando de gente que pasan por mi ser como si estuvieran patinando sobre hielo, mientras el mundo entero cree que sé hacerlo mejor de lo que en realidad he intentado. Y entonces, solo a oscuras en el silencio de mi casa vacía, dedico las horas muertas a pintarte entero el rostro, a encontrarte en cada rincón con el miedo de verte aparecer de verdad. Escucho mis canciones y se que debería apagarlas al instante, no me importa ser por una vez explicita; solo lo confieso cuando me entran ataques de veracidad, dejando de mentirme eternamente. Te asusto con tanta seguridad como me asusto a mi misma; solo son presagios, han volado dos pájaros en el mismo soplo de viento, y yo ya me creí que eras de metal.
Se me olvidan las rimas, y a pesar de que olvido el sonido de tu risa, siempre eres el primer pensamiento de la madrugada.

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