Canto a la vida contrarreloj.

Caótico sentir de aventura fugaz; siempre se me escapan apresuradamente las horas, y eso que el reloj insistentemente permanece taladrando en mi sien de cristal. Lo entiendo entre aniñadas sensaciones, que un complejo relato solo es el espejo pícaro de los revoltijos emocionales que puede elaborar inocentemente este pasional lamento. 
Encontraré en cual lugar del mundo mil espacios donde descansar y echarme a reír descontroladamente, y al final de la novela solo recurro a dejarme entrever. Bien seas las luces violetas y amarillas que nos iluminan mientras solo soy capaz de escuchar una canción que me recuerda a otra persona, memoria de mi pupila que olvida olvidar, y aun así nunca se planteo dejar de tirarme de cabeza desde el trampolín, mira lo que te vengo diciendo.
Que a veces el mundo se me queda absurdamente pequeño y doy vueltas entorno, divertidamente corriendo de la euforia, intentando agarrarme a algo estable que solo termina por aburrirme; cerrando entretenidas novelas que me da pereza acabar y encontrando, como si no tuviera valor, lo que realmente puede destruirme. Guardado en una cajita de porcelana justo al lado del pulmón, todavía el aire recuerda el perfume de mi salto mortal, canto eterno a la vida, en bucle a lo que me hace reír y lo que no logro irónicamente entender. Cada una, al caer súbitamente la noche, solo yo estoy ahí, y siempre es abundantemente suficiente, no hay dolores más superfluos que el saber que todavía este alma fugaz de desbordadas emociones permanece danzando la misma canción, con la melodía de las voces de los considerados seres queridos alrededor de mi mundo.
Aunque tiemble el reloj, me salto continuamente las pautas marcadas, no recuerdo cuanto hace que no entendía que podía y aún puedo respirar aunque me crea en mentiras que lo he olvidado, no sé lo que es eso.

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