Una no quiere, otra no lo necesita.


La curiosidad de dos divertidas almas que a penas necesitan el tiempo que abarca un segundo a otro, para entender que el destino estaba siendo irónicamente caprichoso.
Dos almas que comparten un mismo latir en el corazón, puede que la misma obra de Chopin.
En la mirada perdida, el instante fugaz, ninguno de los dos tiene la intención, pero los dos quieren tenerla. Entienden, en cuestiones tan ínfimas de tiempo, que por mucho que una no pueda y otra no lo necesite, acaban de conocerse. Con todo el incontrolable huracán de emociones que amenaza con arrasar todo cuidadamente construido. Acaban de entender que se conocen en un mundo vacío, en un mundo de gente a la que nunca conocerá de la misma manera, con la misma canción resonando en los pulmones, con la misma belleza e intensidad.

Y el mar ruge rabioso de rabia cuando pasan los meses en un sepulcral silencio, y nadie tiene el valor de cruzar el umbral de la puerta, aunque el picaporte siempre esté bajado. Porque el continuado e insistente golpeo en la ventana, las noches que arrojaba la tormenta sobre el arañado cristal los rayos sin pudor alguno, siempre supe que me estaba castigando, que se trataba de lo furioso que estaba el universo, de que dos almas que tenían que tenerse, que deseaban tenerse, fueran tan ridículamente cabezotas de alejarse como instinto.
Pero si, por casualidad, alguna vez alguna de las dos pensó que todo era pura emoción momentánea, que el tiempo haría mella y nuevos seres poblarían los sueños, seguro que no esperó en el rencuentro. Pero a veces los rencuentros son como el disparo de la bala que lleva la verdad hasta clavarla en el cerebro, rápido, eficaz, probablemente imparable.
Aunque una no quiere y el otra no lo necesite, sienten ambas el olor del salvaje océano en plena montaña, pletórico de la victoria, y el frío de la nieve que les cala el cuerpo, nunca cedió en sus venas, que ardía del fuego que portaba en sangre de las miradas, esas que una vez que lo entienden, ni siquiera comprenden el sentido de apagarlo.
La piel y los roces, y el tacto más humano y el respeto de dos almas que nunca encontraran otra igual en el mundo, que nunca conectaran con otra igual en el universo, guardan el silencio, con la duda de si se lo llevaran a la tumba o acabaran gritándolo entre vías de tren. Con la extraña sensación de que solo existe el ahora, y cuando dejen de mirarse, el mundo volverá a sorprenderles con la realidad. Con una parte de ella, al menos.

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