Que se va a quemar.

Que se quema, que se va a quemar.
Y el fuego arde en la hoguera como un alma sin dueño alguno, de forma descomunal, como una bestia de largos colmillos, como una aterradora venganza de viento salvaje, temerario que arrasa con todo a su paso, que no conoce el remordimiento, propio de una pesadilla, arrollador, brutalmente amenazante, casi agonizante. Y a pesar de ello, nadie a su alrededor parece desear apagarlo, nadie parece querer controlarlo. Así, crece segundo a segundo descontrolado, alto, libre, salvaje.

Se forman estrellas en el firmamento y reflejadas en la mirada ardiente de un alma curiosa que contempla dicho fuego, decide que hacer mientras el fuego ya lo ha decidido. 

Porque arderá, claro que arderá, claro que va a arder. Pues ni en el más idílico de todos los sueños, ni en el más inocente, saldrá dicho ser intaco de la llamarada abrasadora. Consumida por cenizas, ahogándose en el pesado humo, se ve envuelta el alma que se atreve a jugar, a divertirse, creyendo que tiene el mundo a sus pies, la voluntad del fuego a su antojo, mientras contempla por momentos que incluso si se deja arder, en un baile de dos, puedo acabar ardiendo sola.


Incapaz de entenderlo, ni siquiera lo está viendo, la oscuridad se apodera de todo cuanto conoce, tanto como de ella misma y no sabe que si dejara de mirar con fervor a la hoguera, con ganas de ser consumida, vería que solo la habitación se ilumina por ello, que si se apaga, se queda oscuras, sumiendo el único sentimiento, por muy apasionado que sea, en el olvido por el soplido de una vela al morir. Pero ella lo alienta, calienta y mantiene, tal vez solo con las ganas de que allí permanezca, como un ridículo alma que quiere probar el intento, mientras solo trata de convencerse, con los ojos rojos del reflejo, que lo tiene todo bajo control. Consciente de sus mentiras, que escribe mientras arde palabras que son cenizas.


Quién va a sacarla si no quiere hablar, si sabe que irá a contracorriente, y sumida en una especie de sueño abandona la cordura y paz, colgante de una cuerda de algodón, camina de una pierna sobre el precipicio de ilógica pérdida.Pero mientras, cuando el fuego arde en su mirada, cada vez más vivo, más salvaje y alocado, propio de un bosque ardiendo o de la hoguera de San Juan, parece que este ser no conoce el peligro, o prefiere olvidarlo, como enganchada a una droga.


Un fuego que ya había ardido, que ya había muerto y como un ave fénix resurge de sus cenizas, muerto de frío, dispuesto a arrasar, quemar, atrapar, enloquecer, encarcelar, como una ola de sangre que se ciñe sobre la ciudad arrebatando todo lo que conoce, como una epidemia que mata todo lo que toca, como la muerte que arrebata la vida y la felicidad con solo encapricharse.


Da un paso atrás, ojalá no de dos hacia delante.

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