se llama duelo.


He sentido la paz, la estabilidad y la armonía que da la más grande de las mentiras. Esa que en el más puro de mis deseos inventé para no reconocer que tu olor se había marchado, que tu cuerpo ya no estaba aquí y que, por mucho que me destrozara el alma pensarlo, tu vida y la mía ya no volverían a bailar bajo el mismo piano. Era más fácil fingir que estaba completa y que a pocos pasos estaba tus manos, para sujetar las mías. Que podía presumir de ti, reírme como si estuviera siendo fuerte o como si nunca hubieras existido, como si hubieras sido parte del bello sueño de una noche, alguien que no me había dejado marcada el alma.

He vivido en mis carnes la tristeza más profunda que un cuerpo tan pequeño como el mío puede soportar. He sido arrastrada como si de un huracán se tratara por la pesadilla de la depresión, y entre las sabanas pegadas como cadenas que me tenían encarcelada, he llorado sin control ese hondo dolor, lágrima tras lágrima, sin saber cómo parar, ni fuerza para pensarlo. Ha habido tormenta en mi mirada sin consuelo alguno, sin saber cuál sería el recuerdo que se llevaría mi alma para siempre, tal vez el horror de echar de menos los únicos ojos que sabían mantenerme en pie y nunca más volvería a ver o el roce de la piel que siempre consideré mi hogar y nunca volveré a tocar. He querido irme contigo con cada gota que resbalaba por mi rostro, que estuvieras aquí para verme, para salvarme.

La rabia, apoderada de cada célula de mi piel, se rencarnó en mí. He sido odio, el odio más fuerte que jamás pude imaginar que existía. He sido puro horror, la más temida de las pesadillas. He jurado hacer agonizar y acabar con todo lo que quisiera destruir tu vago y preciado recuerdo. He llegado a arañar todas las partes visibles e invisibles de mi ya destruido cuerpo, con la más profunda desesperación de arrancar ese potente dolor que se había instalado en mí, he roto cada pedazo compuesto y sensato que todavía mi alma conservaba. Me he descosido entera en gritos de horror, de auxilio y el más real de los pavores, tratando de entender porque todo seguía adelante, cuando yo no podía dar un paso más con mis sangrantes pies, cuando quería que te quedaras al menos un segundo más. En toda la soledad y desesperación, le abrí la puerta a un monstruo, que se instaló mi corazón, y extendió sus tentáculos por todo mi interior, destruyéndome, rompiéndome y abriéndose paso entre mis venas, llenándolas de veneno. Cada segundo más muerta, podrida y nadie podía verme, nadie podía oírme. Solo tú, pero tú no podías parame, y yo solo era un monstruo.

Y ahora, cansada. Ni la mitad de todo el infierno que me queda por vivir. Desconozco el tiempo que tardaré en terminar el camino, desconozco cuantas partes de mí más serán destruidas, ni lo que quedara de lo que tu recuerdes cuando llegue a la meta.

Si dicen que se llama duelo, prefiero llamarlo vacío.

Comentarios