Agarra siempre muy fuerte la ola al viento, la acompaña en su corto viaje a través del mundo, muy probablemente disfrutando de su compañía y, seguramente, no sepa que llegará un momento en el que deba soltarle. O tal vez la suelte él. La cuestión es que se soltaran para no volver a reencontrarse, pues se perderán esas gotas de agua en el océano y caminará ese viento hacia la montaña, en dirección contraria.
Pero mientras la ola y el viento se agarran, se acarician, se aman. Se cuentan historias que el otro nunca escuchará, unas del océano, otras de cielo. Se apoyan el uno en la otra, para no caer, para no desaparecer. En sus miradas, si tuvieran, claro quedaría que no imaginan estar sin compañía del otro, sin su roce, sin su sonido. El deseo se palpa y la dulzura se huele.
Mas la orilla existe, y allí está, esperando el momento para separarles. Por mucho que grite el viento cuando la vea, por mucho que salpique la orilla cuando la sienta. Por mucho trate él de levantarla hacia el cielo y llevársela consigo, por mucho que arrase ella con toda la fuerza que cabe en cada gota. Porque por mucho que luchen en no separarse, la orilla existe, y la ola se estrellará contra ella, el viento saldrá despedido y su agarre se romperá en espuma.
La buscará el viento, lo mismo hará la ola, pero desaparecerán sus restos y la arena mojada se secará. Solo entonces seguiran cada uno su camino. Conocerá la ola otros vientos, lo mismo hará él con las montañas, prados y ciudades, mas, en lo mas profundo de sus sueños, seguirán eternamente condenados soñándose el uno al otro.
Precioso
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