
La noche que la mariposa alzó las alas, arrastrada por el viento, era oscura, mas la más bella de las super lunas la coronaba.
Esa noche, batió el insecto sus delicadas aletas, dejándose llevar por, al fin, aquello que tanto había ansiado, la libertad.
Pues no era una noche más aquella, no por la enorme luna, sino por la pequeña mariposa. Hacía vidas que temía y temblaba aunque se negara a admitirlo, sus blancas alas se habían teñido de mil colores, bellos todos ellos, pero ninguno real. Oculta en la evolución y en el cambio, olvidó una emoción que la caracterizaba en aquellos primeros días de vida.
Mas aquella noche, porque el destino lo quiso, de nuevo ese viento, de brisa marina, volvió a soplar. Sorprendentemente, la pequeña mariposa lo reconoció, y se dejó acariciar, lentamente alzar el vuelo, lejos del suelo. Se limpiaron sus alas de los colores, y recobró la blancura de aquellos jóvenes días.
Desde aquella noche, la hermosa luna, y las estrellas, no volvieron a ver a la mariposa, pero recibieron a su lado a una nueva hermana, que no dejaba de danzar, enredadose con ellas, en una delicada melodía que solo ella podía escuchar.
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