Iluso el ser que creyó oír reír. Ridículo
el ser que pensó que era feliz. Patético el ser que no entendió el dolor.
Flor de bellos paisajes que no
soporta todos los rotos que su alma lleva encima, que dolorido, cansado y, sí,
derrotado, no conoce el camino a casa ni la forma de pedir ayuda. Cervatillo de
largos cuernos que ha olvidado lo que era amar, que no recuerda como se sentía
uno cuando era libre, cuando fiero, cuando era él mismo. Fuerte viento, que no
puede arrasar, que no tiene manera de volver a soplar, para hacer que las cosas
vuelvan a su lugar. Emociones salvajes que no tienen control, que se llenan y
se derraban del vaso que los sujeta, incapaces de parar y de dejar de sentir,
incapaces de parar el dolor que ya no pueden expresar. Pequeño piano que ya no
suena, que ya no sabe cómo hacer para que las melodías arreglen las heridas
profundas del ser, que no pueden contar las teclas blancas y negras aquello que
sabían hacer mejor que las palabras. Sucia hoja en blanco que no reconoce lo
que permanece pintado en ella, que no lo asocia con quien es ahora, con sus
heridas, sus roturas y fisuras. Estrella del lejano cielo que no brilla, nunca
más, rota en el cielo, sin consuelo y sin llanto, sale todas las noches pero ya
no baila, no recuerda esa danza que tanto sentía. Alma, solo alma, con ropajes
rotos, sangrante hasta por los ojos, huesuda, caída, asustada, en silencio
grita y pide una ayuda que nadie le podrá dar, desolada, con la mirada vacía,
llena de clavos, mentida y sin vida. La angustia y el horror viaja por sus
venas, buscando la muerte de todas las bellas cosas.
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