La mano deslizándose sobre el teclado plateado o simplemente sujetando el bolígrafo azul.
La luz entrando por la ventana, diñándose de rojo a través de las cortinas de dicho color, los codos apoyados sobre la mesa y la relajación de mi respiración.
Las palabras saliendo de mis labios a máxima velocidad mientras escucho el silencio absoluto, ligeramente interrumpido por las teclas del ordenador.

El olor a mi hogar, la comodidad del pijama y la seguridad de la soledad.
Exteriormente todo parece paz, hasta que consigues adentrarte dentro de mi mente o dentro de mi historia.
Angustias que recorrer a los personajes asegurándoles un final fatal, miedo a lo largo de toda la novela que escriben mis manos, desesperación producida por el amor y llantos de la misma escritora.
La enorme pantalla jamás podrá compararse con la trágica historia que les ocurren a los personajes, desarrollada con paz, tiempo y amor. Desarrollada hasta el más mínimo detalle para la destrucción total de los personajes.
Desde luego los escritores nunca deberían ser considerados buenas personas, porque basta con saber que son tus personajes, los que ellos mismos has creado y se van a asegurar de que sufran, lloren, griten y más tarde mueran.
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